Mi experiencia en un crucero fluvial

Clara en el crucero fluvial

Crucero fluvial

Hace unas semanas volví de un crucero fluvial y la verdad es que la experiencia ha sido más que positiva. Había hecho varios cruceros por mar abierto y tenía ganas de probar con un tipo de viaje distinto, y, desde luego, no me defraudó. Al final opté por un recorrido por el Sena, que comenzaba y terminaba en París. Me consta que hay muchas posibilidades dentro de los cruceros fluviales, pero una amiga y yo nos decidimos por hacer uno que no nos supusiera muchas horas de avión y que nos llevara por ciudades con encanto. Todo un acierto a la postre.

Lo primero que quiero destacar es que hay notables diferencias con respecto a un crucero marítimo. Dependiendo del tipo de viajes que te guste hacer, preferirás uno u otros. A nosotros personalmente nos encanta ‘patear’ las ciudades que visitamos y disfrutar de todos sus entresijos, desde los monumentos más emblemáticos de cada localidad hasta los bares y restaurantes que mejor muestran el ambiente diurno y nocturno del lugar a visitar. Para esto, un crucero fluvial es ideal. El barco para directamente en un puerto en el río, en zonas cercanas a los centros de las ciudades, por lo que estas son mucho más accesibles que en un crucero marítimo, ya que -salvo excepciones- en este último caso lo normal es tener que desplazarse en bus o en tren antes de poder llegar a la localidad. Esa ‘ventaja’ nos permitió perder menos tiempo en desplazamientos y disfrutar de las ciudades durante más horas.

Además, el hecho de navegar por un río, en este caso el Sena, hizo que no tuviéramos ningún `percance’ vinculado a las inclemencias meteorológicas, como sí nos había pasado en mar abierto alguna que otra vez debido a rachas de temporal. Aunque ninguno de los dos tenemos miedo a navegar, fue una gran satisfacción no tener una experiencia de este tipo. Por otro lado, da mucha seguridad el hecho de ver continuamente las orillas, a lo que se suma que la velocidad del barco es mucho menor.

También hay que valorar que se trata de un viaje más ‘íntimo’. Los cruceros en mar abierto suelen albergar a más de 3.000 personas. En nuestro caso, no llegábamos a 150, y eso contando con la tripulación. Al final todas las caras te sonaban y acababas saludando y comentando las visitas diarias con otros pasajeros. Además, la tripulación era más atenta, al menos en este caso, porque, al ser menos pasajeros, la atención es más personalizada. Eso sí, los cruceros fluviales, al ser más pequeños, no tienen piscina, pero la verdad es que en el norte de Europa no suele hacer falta. Además, como las horas de navegación son menos, al final estás más tiempo en la ciudad que en el barco porque no hay tantas horas ‘muertas’.

Otra de las cosas que nos gustó especialmente es la comida. Si bien es cierto que no tienes tantas posibilidades de elegir como en un crucero marítimo y que no puedes comer entre horas, la calidad de los menús es muy superior –gourmet, diría yo- y puedes elegir entre una amplia selección de vinos de primera calidad tanto en el almuerzo como en la cena.

Si eres de los que le gusta especialmente la marcha de los cruceros por mar abierto, en el caso de un fluvial la cosa cambia. La animación a bordo no es ni mucho menos tan completa como en el primer caso, pero, a cambio, tienes la posibilidad en muchas ocasiones de disfrutar de la vida nocturna de la ciudad en la que atraca el barco. Como las distancias recorridas son menores, el crucero suele quedarse en los destinos y te da la posibilidad de entrar y salir del barco cuando te apetezca, por lo que puedes conocer de primera mano el ambiente nocturno de las ciudades, una parte del viaje que a nosotros nos encantó. De todos modos, hubo muchos días que preferimos quedarnos descansando, porque las visitas durante el día nos dejaban bastante exhaustos.

Y, aunque los viajes están para desconectar… ¡Había Wifi gratis en el barco! Eso nos ayudó a diseñar rutas y a descargar contenidos interesantes sobre lo que íbamos a ver de un día para otro, además de poder transmitir un mensaje de tranquilidad a casa cuando nos preguntaban sobre el viaje.

Si en algo se parecen los cruceros fluviales a los marítimos es en los camarotes. La distribución es prácticamente la misma aunque, al ser más pequeño, todas las habitaciones son exteriores, por lo que puedes disfrutar de la navegación desde la cama.

En definitiva, hacer un crucero fluvial ha sido para nosotros una experiencia absolutamente nueva, distinta y muy satisfactoria. Si tuviera que recomendarlo, lo haría al 100%.